Los hijos de Anansi(v.1) by Neil Gaiman

Los hijos de Anansi(v.1) by Neil Gaiman

Author:Neil Gaiman
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-12-19T03:15:09.735568+00:00


Maeve Livingstone subió sola en el ascensor hasta el quinto piso, y aquel lento ascenso le proporcionó tiempo más que suficiente para ensayar mentalmente lo que le diría a Grahame Coats cuando llegara a la agencia.

Llevaba un maletín plano de color marrón que había pertenecido a Morris: un accesorio inconfundiblemente masculino. Bajo el abrigo gris, llevaba una blusa blanca y una falda vaquera. Tenía las piernas muy largas, su piel era extraordinariamente pálida y su cabello, sin demasiadas ayudas químicas, seguía siendo casi tan rubio como hacía veinte años, cuando se casó con Morris Livingstone.

Maeve había querido mucho a Morris. Cuando él murió, ella no eliminó su nombre de la agenda del móvil, ni siquiera después de haber dado de baja el número de Morris y de haber devuelto su móvil. Su sobrino le había hecho una foto a Morris que era la que aparecía en el registro del móvil, y no quería perderla. Ojalá pudiera llamar a Morris y pedirle consejo.

Había dado su nombre abajo, en el portero automático, para que le abrieran el portal y, cuando llegó arriba, Grahame Coats estaba allí para recibirla personalmente.

—Vaya, vaya, cuánto bueno por aquí. Mi querida señora Livingstone, ¿cómo está usted? —le saludó.

—Tengo que hablar contigo en privado, Grahame —dijo Maeve—. Ahora mismo.

Grahame Coats sonrió satisfecho; daba la casualidad de que muchas de sus fantasías comenzaban con Maeve diciendo unas palabras muy similares, a continuación de lo cual, ella empezaba a decirle cosas como: «Te deseo, Grahame, tienes que poseerme aquí mismo» y «Oh, Grahame, he sido una chica muy, muy, muy mala y necesito que alguien me dé unos buenos azotes» y, alguna que otra vez, aunque raramente: «Grahame, eres demasiado hombre para una sola mujer, así que permíteme que te presente a mi hermana gemela, que ha venido completamente desnuda: Maeve II».

Se dirigieron a su despacho.

Maeve, traicionando vagamente las fantasías de Grahame Coats, no dijo nada de poseerla allí mismo. Ni siquiera se quitó el abrigo. En lugar de eso, abrió su maletín y sacó un legajo que depositó sobre su escritorio.

—Grahame, siguiendo el consejo del director de mi sucursal, he mandado hacer una auditoría cotejando tus cifras y los extractos bancarios correspondientes a los últimos diez años, desde antes de que Morris falleciera. Puedes echar un vistazo, si quieres. Las cifras no cuadran. Ni por casualidad. Pensé que sería mejor venir a hablar contigo antes de llamar a la policía. Por respeto a la memoria de mi marido, sentí que debía hacerlo.

—Claro, claro —dijo Grahame Coats, suave como una serpiente pringada de mantequilla—. Lo comprendo, sí.

—¿Y bien? —inquirió Maeve Livingstone, alzando una de sus perfectas cejas.

La expresión que había en la cara de Maeve no era precisamente tranquilizadora. A Grahame Coats le gustaba más en sus fantasías.

—Me temo que uno de nuestros empleados ha resultado ser un sinvergüenza, es alguien que lleva ya tiempo trabajando en la Agencia Grahame Coats, Maeve. En realidad, yo mismo he acudido ya a la policía. Les llamé la semana pasada, cuando me di cuenta de que algo estaba pasando.



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