La Torre Oscura I: El Pistolero by Stephen King

La Torre Oscura I: El Pistolero by Stephen King

Author:Stephen King
Format: mobi
Tags: Spanish: Adult Fiction, Suspense, Roland (Fictitious character : King), Fiction
ISBN: 9789707808294
Publisher: Plaza Janés
Published: 2007-08-30T05:00:00+00:00


- No, no vayas. Permanece sentado, Jake. ¿De quién era aquella frase? De alguna mujer.

El chico se sentó. Al regreso del pistolero, Jake dormía sobre la hierba. Una mantis religiosa enorme realizaba sus abluciones en el enhiesto mechón de la coronilla de Jake. El pistolero preparó el fuego y se fue a buscar agua.

La selva de sauces era más profunda de lo que había supuesto y, bajo la menguante claridad del anochecer, resultaba perturbadora. Sin embargo, pudo encontrar un manantial, profusamente guardado por ranas y batracios. Llenó uno de los odres... e hizo un pausa. Los sonidos que llenaban la noche despertaban en él una sensualidad inquieta, una sensación que ni siquiera Allie, la mujer con la que se acostara en Tull, había sido capaz de sacar a la superficie; la sensualidad y la sexualidad, a fin de cuentas, tan sólo guardan el más remoto parentesco. El pistolero atribuyó su estado de ánimo al cambio brusco y cegador con respecto al desierto. La dulzura de la oscuridad se le antojaba casi decadente.

Volvió al campamento y despellejó el conejo mientras el agua hervía sobre la fogata.

Combinado con las últimas verduras enlatadas, el conejo se convirtió en un excelente estofado. Despertó a Jake y contempló cómo comía, cansina pero vorazmente.

- Mañana nos quedaremos aquí - anunció el pistolero.

- Pero, ¿y el sacerdote que está persiguiendo?

- No es ningún sacerdote. Y no te preocupes: ya lo tenemos.

- ¿Cómo lo sabe?

El pistolero sólo pudo menear la cabeza. Aquella intuición poseía para él una fuerza innegable... pero no era nada bueno.

Terminada la cena, aclaró las latas en que habían comido (maravillándose ante semejante despilfarro de agua) y, cuando se dio la vuelta, Jake estaba otra vez dormido. El pistolero observó cómo su pecho subía y bajaba. Estaba familiarizado con aquello gracias a Cuthbert, que era de la misma edad que Rolando, pero parecía mucho más joven.

El cigarrillo cayó, rodó sobre la hierba, y él lo arrojó al fuego. El pistolero se quedó

mirando las llamas, de un amarillo claro, tan distinto al color en que ardía la hierba del diablo, y mucho más limpio. Hacía un fresco muy agradable, y se tendió de espaldas al fuego. Muy lejos, más allá de la hendedura que marcaba el camino de las montañas, oyó el pastoso trueno perpetuo. Se durmió. Y soñó.

Susan, su bienamada, estaba muriendo ante sus ojos. La miraba morir, y él tenía dos aldeanos a cada lado, sujetándole los brazos, y un gran dogal de hierro oxidado en torno al cuello. Pese al intenso hedor de la hoguera, Rolando podía oler la desagradable humedad del abismo... y ver el color de su propia demencia. Susan, la encantadora muchacha de la ventana, la hija del tratante de caballos. Se calcinaba entre las llamas, y toda su piel estaba agrietada.

- ¡El chico! - gritaba ella. ¡Rolando, el chico!

Giró velozmente en redondo, arrastrando consigo a sus captores. El dogal le desgarró el cuello, y oyó los roncos y estrangulados sonidos que surgí n de su propia garganta. El aire estaba impregnado de un nauseabundo olor dulzón a carne quemada.



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