El Tiempo Recobrado by Marcel Proust

El Tiempo Recobrado by Marcel Proust

Author:Marcel Proust
Language: eng
Format: mobi
Published: 2010-11-27T03:00:00+00:00


De suerte que lo que el ser tres o cuatro veces resucitado en mí acababa de gustar era quizá fragmentos de existencia sustraídos al tiempo, pero esta contemplación, aunque de eternidad, era fugitiva. Y, sin embargo, sentía que el goce que, con raros intervalos, me había producido en mi vida, era el único fecundo y verdadero. ¿Acaso la señal de la irrealidad de los demás no es bastante visible, sea por su imposibilidad para satisfacernos, como, por ejemplo, los placeres mundanos que causan a lo sumo el malestar provocado por la ingestión de un alimento abyecto, o la amistad, que es una simulación porque el artista que renuncia a una hora de trabajo por una hora de charla con un amigo sabe que, cualesquiera que sean las razones morales por que lo hace, sacrifica una realidad por una cosa que no existe (pues los amigos sólo son amigos en esa dulce locura que tenemos en el transcurso de la vida, a la que nos prestamos, pero que, en el fondo de nuestra inteligencia, sabemos que es el error de un loco que creyera que los muebles viven y hablara con ellos), sea por la tristeza que sigue a su satisfacción, como la que sentí, el día en que me presentaron a Albertina, por haber hecho un esfuerzo, aunque bien pequeño, para lograr una cosa -conocer a aquella muchacha- que me pareció pequeña sólo porque la había logrado? Incluso un placer más profundo, como el que hubiera podido sentir cuando amaba a Albertina, no lo percibía en realidad sino por inversión, por la angustia que sentía cuando ella no estaba allí, pues cuando tenía la seguridad de que iba a llegar, como el día en que volvió del Trocadero, no creía sentir más que un vago fastidio, mientras que me iba exaltando cada vez más a medida que profundizaba, con una alegría creciente para mí, el ruido del cuchillo o el gusto de la infusión que hizo entrar en mi habitación la habitación de mi tía Leoncia, y detrás todo Combray, y sus dos lados. Por eso ahora estaba decidido a entregarme a esa contemplación de la esencia de las cosas, a fijarla, pero ¿cómo?, ¿por qué medio? Seguramente, cuando la rigidez de la servilleta me devolvió Balbec, acarició por un momento mi imaginación no sólo con la vista del mar tal como estaba aquella mañana, sino con el olor de la habitación, la velocidad del viento, con el deseo de almorzar, la incertidumbre entre los diversos paseos, todo ello unido a la sensación de la servilleta como las mil alas de los ángeles -seguramente, en el momento en que la desigualdad de las dos losas prolongó las imágenes secas y entecas que tenía de Venecia y de San Marcos, en todos los sentidos y en todas las dimensiones, con todas las sensaciones que había sentido, recordando la plaza de la iglesia, el embarcadero en la plaza, el canal en el embarcadero, y, en todo lo que los ojos ven, el



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