Diez negritos by Christie Agatha

Diez negritos by Christie Agatha

Author:Christie, Agatha [Christie, Agatha]
Format: epub
Tags: Unknown
Publisher: Unknown
Published: 2009-12-28T22:21:43+00:00


10

—¿Cree que esto sea verdad? —preguntó Vera. Estaba sentada en una banqueta cerca de la ventana del salón, en compañía de Philip Lombard. Fuera, la lluvia caía a torrentes y el viento azotaba con sus ráfagas los cristales.Lombard inclinó la cabeza antes de contestar.

—¿Me pide mi opinión acerca de si Wargrave no se equivoca cuando afirma que mister Owen es uno de nosotros?

—Sí, eso es.

—Es muy difícil responderle. En pura lógica tiene razón, pero, sin embargo...

Vera le sacó las palabras de la boca.

—Pero, sin embargo, todo esto me parece increíble.

Philip Lombard hizo una mueca.

—¡Toda esta historia es inverosímil! Pero después de la muerte del general un punto muy importante ha sido aclarado: que no se trata de accidentes ni suicidios; pero sí de crímenes. Tres asesinatos hasta ahora.

Vera se estremeció.

—Uno llega a figurarse estar viviendo una pesadilla. Continúo creyendo que tales cosas es imposible que sucedan.

—La comprendo, miss Claythorne. Nosotros soñamos. Dentro de un momento llamarán a la puerta y la sirvienta entrará para servirnos el té.

—¡Ah! ¡Si fuese cierto lo que usted dice...! —exclamó Vera.

Lombard replicó gravemente:

—¡Todos nosotros estamos mezclados en esta horrible pesadilla! Y mientras tanto es necesario que cada uno se guarde a sí mismo.

Bajando la voz, Vera preguntó a su compañero:

—Si... éste es uno de ellos... ¿quién cree usted que es, entonces?

—Por lo que veo, usted hace una excepción en lo que se refiere a nosotros dos. Yo la apruebo, pues sé perfectamente que no soy el asesino, y en cuanto a usted la creo una persona sana de espíritu. Es usted la joven más inteligente y sensata que he conocido, le doy mi palabra.

Con sonrisa maliciosa le respondió:

—Es usted muy galante, señor Lombard, gracias.

—Veamos, miss Vera, ¿no me devolverá el cumplido?

Después de un breve silencio, Vera respondió:

—Usted mismo ha confesado que no da importancia a la vida humana y no me lo imagino dictando el disco del gramófono.

—Tiene mucha razón. Si hubiera pensado cometer uno o varios crímenes hubiese sido solamente para sacarles provecho. Estos castigos en serie no creo que valgan la pena. Entonces, entendidos; nosotros mismos nos eliminamos de la lista de sospechosos y concentraremos nuestra atención sobre los siniestros cinco compañeros de prisión. ¿Cuál de ellos es U. N. Owen? Aunque no tengamos prueba alguna, apostaría por Wargrave —indicó Lombard.

— ¡Oh! —exclamó Vera, sorprendida. Tras reflexionar un instante, preguntó—: ¿Por qué?

—No sabría explicarlo exactamente. En primer lugar es viejo y ha presidido los tribunales durante muchos años y le ha podido trastornar esa autoridad intangible que tenía. Puede ser que Wargrave se crea «Todopoderoso Señor de la Vida y de la Muerte de los hombres». Su cerebro se ha estropeado y nuestro viejo magistrado se considera como Juez Supremo y verdugo.

—Es posible —aprobó Vera.

—¿Por quién apuesta usted, miss Claythorne?

Sin vacilar, Vera respondió:

—Por el doctor Armstrong.

—¿Por el doctor? Es el último en quien yo habría pensado.

—Las muertes —continuó Vera— son debidas al veneno y esto revela la mano de un médico.

—En efecto, es verdad —admitió Lombard.

Vera persistió en su acusación.

—Cuando un médico se vuelve loco, es muy difícil darse cuenta.



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