Desgracia by J. M. Coetzee

Desgracia by J. M. Coetzee

Author:J. M. Coetzee
Language: es
Format: mobi
Published: 2009-09-05T23:00:00+00:00


14

Un nuevo día. Ettinger llama por teléfono y se ofrece a prestarles una escopeta «entretanto».

—Gracias —le responde él—. Nos lo pensaremos.

Saca las herramientas de Lucy y repara la puerta de la cocina todo lo bien que sabe. Deberían instalar barrotes, una cancela de seguridad, una valla por todo el perímetro, como ha hecho Ettinger. Deberían convertir la granja en una fortaleza. Lucy debería adquirir una pistola y un juego de walkie-talkies, y tomar clases de tiro al blanco. ¿Consentirá ella alguna vez? Está ahí, vive ahí porque ama la tierra y esa manera de vivir a la antigua, l’indliche. Si esa forma de vida está condenada, ¿qué le quedará, qué podrá amar?

Al final, Katy se deja convencer para salir de su escondite y se aposenta en la cocina. Se muestra sumisa, asustadiza; sigue a Lucy por todas partes, se mantiene pegada a sus talones. Paso a paso, la vida no transcurre como antes. La casa parece ajena, parece haber sido violentada; están constantemente alerta, con las orejas aguzadas.

Es entonces cuando regresa Petrus. Un viejo camión aparece jadeante por las roderas del camino y se detiene ante el establo. Petrus baja de la cabina; lleva un traje que le queda demasiado estrecho, va seguido por su mujer y por el conductor. De la caja del camión, los dos hombres descargan varias cajas de cartón, postes recubiertos por una mano de creosota, planchas de hierro galvanizado, un rollo de tubería de plástico y, por último, con gran ruido y conmoción, dos ovejas casi adultas que Petrus amarra a un poste de la valla. El camión traza una amplia curva en torno al establo y desaparece atronador por el camino. Petrus y su mujer desaparecen dentro. Una hilacha de humo comienza a salir de la chimenea recubierta de amianto.

Él sigue en guardia. Al cabo de un rato sale la mujer de Petrus y con un movimiento grácil, ampuloso, vacía un cubo lleno de agua sucia. Es una mujer hermosa, piensa para sí, con su falda larga y la pañoleta que le cubre el pelo sujeta bien alta, a la moda campestre. Una mujer hermosa y un hombre afortunado. Claro que ¿dónde han estado?

—Ha vuelto Petrus —dice a Lucy—. Cargado de materiales de construcción.

—Bien.

—¿Por qué no te dijo que iba a marcharse? ¿No te escama que haya desaparecido precisamente en este momento?

—No puedo dar órdenes a Petrus. Él es dueño de sus actos.

Es una incongruencia, pero la deja pasar. Ha decidido dejarlo pasar todo, con Lucy, al menos por el momento.

Lucy se muestra reservada, no expresa sentimiento alguno, no manifiesta el menor interés por lo que la rodea. Es él, ignorante de todos los asuntos del campo, el que tiene que dejar salir a los patos del corral, el que ha de manejar el sistema de las compuertas de la presa y desaguarla para que la huerta se riegue y no se seque del todo. Lucy pasa hora tras hora tumbada en la cama, mirando al vacío u hojeando revistas viejas, de las que parece tener una provisión ilimitada.



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