A de adulterio by Sue Grafton

A de adulterio by Sue Grafton

Author:Sue Grafton
Language: es
Format: mobi
Published: 2009-04-18T22:00:00+00:00


Mientras me duchaba en el remolque de los vecinos pensé en qué otras cosas me podría contar Greg. Estaba inquieta, ansiosa por volver a la carretera. Si llegaba a Claremont al caer la noche, podría hablar con Diane a primera hora de la mañana y volver a Los Ángeles después de comer. Me envolví el pelo en la toalla y me vestí. Greg me había abierto otra cerveza y le di unos sorbos mientras esperaba a que él terminase de ducharse. Miré la hora. Eran las tres y cuarto. Greg entró en el remolque, dejó la puerta abierta y cerró el cancel.

Aún tenía húmedo el pelo moreno y olía a jabón.

—Se diría que estás a punto de remontar el vuelo —dijo, echando mano de otra cerveza. La destapó.

—Creo que me convendría llegar a Claremont antes de anochecer —dije—. ¿Quieres que le diga algo a tu hermana de tu parte?

—Ya sabe dónde estoy. Charlamos de tarde en tarde, con la frecuencia suficiente para tenemos al tanto de lo que ocurre —dijo.

Se sentó en la silla de lona y apoyó los pies en el asiento almohadillado que tenía junto a mí—. ¿Quieres preguntarme algo más?

—Un par de cosas, si no te molesta —dije.

—Dispara.

—¿Recuerdas a qué tenía alergia tu padre?

—A los perros, a la pelusa de gato, a veces tenía fiebre del heno, aunque no sé en qué consiste exactamente.

—¿No era alérgico a ningún alimento? ¿Huevos? ¿Trigo?

Negó con la cabeza.

—Que yo sepa, no. Sólo a lo que flotaba en el aire, polen y cosas por el estilo.

—¿Llevaba consigo sus cápsulas contra la alergia cuando vinisteis aquí aquel fin de semana?

—No me acuerdo. Yo diría que no. Sabía que íbamos a estar en el desierto y el aire suele estar muy limpio aquí incluso al fin del verano y principios de otoño. No nos trajimos al perro. Lo dejamos en casa para que papá no tuviese que traer su medicina y no creo que la necesitase por ninguna otra cosa.

—Creía que el perro había muerto. Me parece que fue Nikki quien me lo dijo.

—Sí, sí, había muerto. En realidad murió mientras estábamos fuera.

Sentí un escalofrío repentino. Había algo raro en aquello, algo anormal.

—¿Cómo os enterasteis?

Se encogió de hombros.

—Al volver —dijo, indiferente al parecer a la exactitud factual—. Mamá pasó por casa con Diane para coger algo, no sé qué. El domingo por la mañana, creo. Nosotros no regresamos hasta el lunes por la noche. El caso es que encontraron a Bruno en la cuneta. Creó que estaba hecho trizas. Mamá ni siquiera permitió que Diane lo viese de cerca. Llamó a los de protección de animales, acudieron y se lo llevaron. Llevaba muerto un tiempo. Todos lo sentimos mucho. Era un animal fantástico.

—¿Era buen guardián?

—El mejor —dijo.

—¿Qué puedes decirme de la señora Voss, el ama de llaves? ¿Qué tal era?

—En mi opinión, muy simpática. Sabía llevarse bien con todos — dijo—. Me gustaría saber más cosas, pero creo que es todo lo que puedo decirte.

Terminé la cerveza, me puse en pie y le di la mano.



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