Reyes Malditos 2. La reina estrangulada by Maurice Druon

Reyes Malditos 2. La reina estrangulada by Maurice Druon

Author:Maurice Druon
Format: mobi
Published: 2010-11-30T19:27:30.567000+00:00


VII

Una absolución a cambio de un pontífice

Con sus piernas delgadas, en postura de garza, y la cabeza baja, Felipe de Poitiers permanecía delante de Luis el Turbulento.

—Sire, hermano mío —dijo con voz tranquila y fría que recordaba la de Felipe el Hermoso—, os he entregado el resultado de nuestra investigación. No podéis pedirme que niegue la verdad cuando resplandece.

La comisión nombrada para comprobar la gestión financiera de Enguerrando de Marigny había acabado la noche antes sus trabajos.

Durante varias semanas Felipe de Poitiers, los condes de Valois y de Evreux, el conde de Saint-Pol, el maestresala, Luis de Bourbon, el arzobispo Juan de Marigny, el canónigo Esteban de Mornay y el primer chambelán Mathieu de Trye, reunidos bajo la severa presidencia del conde de Poitiers, habían estudiado línea por línea el diario del Tesoro de los últimos dieciséis años, y habían exigido explicaciones complementarias y comprobantes sin omitir ningún capítulo.

Ahora bien, en esta severa investigación, efectuada en un clima de rivalidad y aún de odio, pues la componían, casi a partes iguales, adversarios y amigos de Marigny, no se había encontrado nada que pudiera acusar a éste. Su administración de los bienes de la corona y de los fondos públicos se revelaba como totalmente exacta y escrupulosa. Si era rico, se debía a la liberalidad del difunto rey y a su propia habilidad financiera. Pero nada probaba que hubiera confundido alguna vez sus intereses privados con los del Estado y menos aún que hubiera robado al Tesoro. Valois, preso de una furiosa decepción, como jugador que ha hecho un mal envite, se obstinó, hasta el fin, en negar la evidencia. Y sólo su canciller Mornay, a regañadientes, lo apoyaba en esta posición insostenible.

Luis X tenía en sus manos ahora las conclusiones de la comisión, con seis votos contra dos, y, sin embargo, dudaba en aprobarlas; esa vacilación hería en lo más vivo a su hermano.

—Las cuentas de Marigny están limpias, yo os traigo la prueba —prosiguió Felipe de Poitiers—. Si deseabais un informe diferente de la verdad debíais haber buscado otro informador.

—Las cuentas, las cuentas... —replicó Luis X—. Todos saben que a los números se les hace decir lo que se quiere; y todos saben también que vos sois favorable a Marigny.

Poitiers miró a su hermano con tranquilo desprecio.

—Yo no soy favorable a nada, Luis, sino al reino y a la justicia; por esto os presento a la firma la aprobación que debe darse a Marigny.

La misma oposición de carácter que había existido entre Felipe el Hermoso y su hermano menor Carlos de Valois reaparecía entre Luis X y Felipe de Poitiers. Pero aquí los caracteres se hallaban invertidos. Al lado de un hermano que reinaba con acierto, el envidioso Valois había desempeñado siempre un papel de enredón. Ahora el enredón era el rey, y el hermano menor el que poseía cerebro de soberano. Valois había murmurado durante veintinueve años: «¡Ah, si yo hubiera nacido primero!...», ahora Felipe de Poitiers empezaba a decirse, pero con mayor razón: «Yo ocuparía mejor el sitio donde el nacimiento ha puesto a mi hermano.



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