(Charlie Parker 06) Los Atormentados by John Connolly

(Charlie Parker 06) Los Atormentados by John Connolly

Author:John Connolly
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-05-30T23:00:00+00:00


18

Cuando volvimos a la recepción, el jefe de celadores ardía en una muda cólera. Nos dejó allí un rato. Aimee tomó asiento mientras esperábamos en silencio a que Long regresase y nos informase sobre el estado de Andy Kellog. Alrededor había demasiada gente y no pudimos hablar de lo ocurrido. Los miré, todos atrapados en su propio dolor y el sufrimiento de aquellos a quienes iban a visitar. Pocos hablaban. Algunos eran hombres mayores, quizá padres, hermanos, amigos. Unas cuantas mujeres habían llevado a niños de visita, pero incluso a éstos se los veía callados y apagados. Sabían qué era aquel lugar y los asustaba. Si correteaban, incluso si levantaban demasiado la voz, podían acabar allí dentro como sus padres. No les permitirían volver a casa, y un hombre los llevaría y los encerraría en la oscuridad, porque eso era lo que les pasaba a los niños malos. Los encerraban y se les pudrían los dientes, y se lanzaban de cara contra mamparas de plexiglás para perder el conocimiento.

Long apareció junto al mostrador de recepción y nos llamó con una seña. Nos dijo que Andy tenía una fractura grave de nariz, había perdido otro diente y sufrido diversas magulladuras al reducirlo, pero por lo demás estaba tan bien como cabría esperar. La herida de la frente había requerido cinco puntos de sutura, y en ese momento se hallaba en la enfermería. Ni siquiera le habían echado gas mostaza, quizá porque su abogada se encontraba al otro lado del cristal. No presentaba síntomas de conmoción cerebral, pero por si acaso lo mantendrían en observación durante la noche. Lo habían inmovilizado para asegurarse de que no se autolesionaba más ni intentaba hacer daño a nadie. Aimee se apartó para hablar por su móvil en privado y me dejó solo con Long, que seguía enojado consigo mismo y con los hombres bajo su mando por lo que le había ocurrido a Andy Kellog.

—Ya había hecho cosas como ésta antes —explicó—. Les dije que no le quitaran el ojo de encima. —Aventuró una mirada a Aimee, indicio de que en parte la culpaba por obligar a sus hombres a mantenerse a distancia.

—Éste no es sitio para él —contesté.

—Eso lo decidió el juez, no yo.

—Pues se equivocó. Sé que usted ha oído lo que se ha dicho ahí dentro. El chico seguramente nunca tuvo muchas esperanzas de salvación, pero lo que le hicieron esos hombres eliminó las pocas que le quedaban. Max sólo sirve para enloquecerlo más y más, y el juez no lo condenó a la locura gradual. No se puede tener a un hombre encerrado en un sitio así, sin posibilidad de quedar en libertad, y esperar que conserve el equilibrio, y Andy Kellog, ya desde el principio, apenas tenía donde agarrarse.

Long tuvo la decencia de aparentar bochorno.

—Hacemos lo que podemos por él.

—No es suficiente. —Yo estaba recriminándoselo a él, pero me constaba que la culpa no era suya. Kellog había sido sentenciado y encarcelado, y no competía a Long poner en duda esa decisión.



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