Horizontes Perdidos by James Hilton

Horizontes Perdidos by James Hilton

Author:James Hilton
Language: es
Format: mobi
Tags: sf_fantasy
Published: 2011-04-27T22:00:00+00:00


7

Conway permanecía impasible, aunque su impasibilidad era sólo una máscara que ocultaba la creciente ansiedad que le invadía a medida que avanzaba acompañado del chino a través de una serie de patios solitarios.

Si las palabras de Chang no obedecían a un móvil oculto, pronto tendría ocasión de descubrir aquel misterio impenetrable y convencerse de la exactitud de su hipótesis, comprobando si, a pesar de estar semiformulada, era tan imposible como a primera vista le pareciera.

Aparte de esto, sería sin duda una entrevista interesante por todos conceptos. Conway había tenido entrevistas con grandes potentados en su tiempo, pero su interés por ellos decreció pocos minutos después de entablar conversación.

Intuitivamente sabía decir cosas corteses y agradables en idiomas que apenas conocía. Tal vez se limitara a ser un oyente pasivo en esta ocasión.

Ahora se dio cuenta de que Chang le llevaba por habitaciones que no había visto antes; todas alumbradas suavemente por faroles de apagados colores.

Por una escalera en espiral ascendieron hasta llegar a una puerta a la cual llamó el chino y que fue abierta con tanta celeridad por un criado tibetano, que Conway pensó que estaba aguardándoles.

Esta parte del monasterio, en un piso superior, se hallaba no menos adornada que el resto, pero su rasgo característico era una atmósfera tibia y suave, como si todas las ventanas estuviesen herméticamente cerradas y los aposentos se hallasen calentados por un sistema de calefacción interior. La falta de aire se dejaba sentir más a medida que avanzaban. Finalmente, Chang se detuvo frente a una puerta que, por la sensación física que experimentó Conway, debía conducir a un baño turco.

Chang mumuró a su oído:

—El Gran lama le recibirá a usted solo.

Abrió la puerta para dar entrada a Conway y se marchó tan silenciosamente que su partida re sultó imperceptible.

Conway titubeó un segundo. Respiraba una atmósfera, no solamente enrarecida y caliente, sino también llena de polvo; de modo que transcurrieron dos o tres minutos antes de que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad reinante.

Observó entonces que se hallaba en una estancia de techo bajo, con pesadas cortinas en las ventanas cerradas y simplemente amueblada con una mesa y varias sillas.

En una de éstas se hallaba sentado un anciano pálido y arrugadísimo, inmóvil en la sombra y produciendo el efecto de un retrato antiguo y borroso en claroscuro.

Si había algo cuya presencia estuviera en completo desacuerdo con la actualidad, este algo era aquel anciano, cuya clásica dignidad era más una emanación que un atributo.

Conway reflexionó con curiosidad en su propia percepción intensa de todo esto y se preguntó si no sería más que su reacción al rico calor crepuscular; sintióse empequeñecido ante la mirada de aquellos ojos semivelados por los años, dio unos pasos hacia adelante y se detuvo.

El ocupante de la silla apareció ahora menos vagamente diseñado; pero apenas algo más corpóreo; era un hombrecillo de edad avanzadísima, vestido con prendas chinas, cuyos anchos pliegues caían sobre su cuerpo flacucho y arrugado.

¿ Es usted el señor Conway? —preguntó en excelente inglés.

La voz tenía una



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