Rayuela by Julio Cortazar

Rayuela by Julio Cortazar

Author:Julio Cortazar
Language: eng
Format: mobi
Published: 1963-01-01T05:00:00+00:00


Pero Talita se había enderezado lentamente, y apoyándose en las dos manos trasladó su trasero veinte centímetros más atrás. Otro apoyo, y otros veinte centímetros. Oliveira, siempre con la mano tendida, parecía el pasajero de un barco que empieza a alejarse lentamente del muelle. Traveler estiró los brazos y calzó las manos en las axilas de Talita. Ella se quedó inmóvil, y después echó la cabeza hacia atrás con un movimiento tan brusco que el sombrero cayó planeando hasta la vereda.

—Como en las corridas de toros —dijo Oliveira—. La de Gutusso se lo va a querer portar vía.

Talita había cerrado los ojos y se dejaba sostener, arrancar del tablón, meter a empujones por la ventana. Sintió la boca de Traveler pegada en su nuca, la respiración caliente y rápida.

—Volviste —murmuró Traveler—. Volviste, volviste.

—Sí —dijo Talita, acercándose a la cama—. ¿Cómo no iba a volver? Le tiré el maldito paquete y volví, le tiré el Paquete y volví, le...

Traveler se sentó al borde de la cama. Pensaba en el arcoiris entre los dedos esas cosas que se le ocurrían a Oliveira. Talita resbaló a su lado y empezó a llorar en silencio. «Son los nervios», pensó Traveler. «Lo ha pasado muy mal.» Iría a buscarle un gran vaso de agua con jugo de limón, le daría una aspirina, le pantallaría la cara con una revista, la obligaría a dormir un rato. Pero antes había que sacar la enciclopedia autodidáctica, arreglar la cómoda y meter dentro el tablón. «Esta pieza está tan desordenada», pensó, besando a Talita. Apenas dejara de llorar le pediría que lo ayudara a acomodar el cuarto. Empezó a acariciarla, a decirle cosas.

—En fin, en fin —dijo Oliveira.

Se apartó de la ventana y se sentó al borde de la cama, aprovechando el espacio que le dejaba libre el ropero. Gekrepten había terminado de juntar la yerba con una cuchara.

—Estaba llena de clavos —dijo Gekrepten—. Qué cosa tan rara.

—Rarísima —dijo Oliveira.

—Me parece que voy a bajar a buscar el sombrero de Talita. Vos sabés lo que son los chicos.

—Sana idea —dijo Oliveira, alzando un clavo y dándole vueltas entre los dedos.

Gekrepten bajó a la calle. Los chicos habían recogido el sombrero y discutían con la chica de los mandados y la señora de Gutusso.

—Demelón a mí —dijo Gekrepten, con una sonrisa estirada—. Es de la señora de enfrente, conocida mía.

—Conocida de todos, hijita —dijo la señora de Gutusso—. Vaya espectáculo a estas horas, y con los niños mirando.

—No tenía nada de malo —dijo Gekrepten, sin mucha convicción.



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