Comedia infantil by Henning Mankell

Comedia infantil by Henning Mankell

Author:Henning Mankell
Language: es
Format: mobi
Published: 2009-03-10T00:00:00+00:00


Aquellos días de saciedad solían culminar en una visita a la zona de recreo y celebración, situada en un área vallada entre el puerto y las estrechas callejas en las que los bares nunca cerraban antes del amanecer. Aunque tuvieran dinero, les resultaba muy desagradable la idea de pagar una entrada. Tenían su propia puerta de acceso por detrás de una de las humeantes cocinas de los restaurantes, en las que la grasa ardía sobre unas parrillas que nadie limpiaba. Se colaban por un agujero que ellos mismos habían practicado en el muro y que luego recubrían con puñados de tierra apelmazada. Conocían bien a Adelaida, siempre con la espátula en la mano y el rostro chorreando de sudor. Era mulata y pesaba más de ciento cincuenta kilos. Cuando entró de cocinera en el restaurante, hacía ya diez años, el dueño se vio obligado a ampliar la cocina. Mientras guisoteaba, no paraba de bailar y cantar. Sus platos no constituían una experiencia culinaria memorable, pero se había extendido el rumor de que la comida que servía ejercía una influencia mágica sobre el deseo y la capacidad de hombres y mujeres... Gracias a dicho rumor, el restaurante siempre estaba lleno. Adelaida cobraba un buen sueldo, consciente como era del valor de su aportación, y siempre estaba atenta a la entrada secreta de que se servían los niños de la calle.

Aquel barrio era un laberinto de restaurantes y bares, pequeñas cabinas en las que uno podía pedir que le adivinasen el futuro o le hiciesen un tatuaje, siempre ocupadas por pequeños, oscuros y misteriosos hombres procedentes de las lejanas islas del océano Indico. En medio de un espacio abierto había una noria en la que nadie se había atrevido a subirse desde hacía veinte años, ya que las cadenas que sujetaban las barcas se habían oxidado. Pese a todo, el dueño, el senhor Rodrigues, que había importado aquella gran atracción hacía más de sesenta años, en la época de Dom Joaquim, acudía al lugar donde se encontraba la noria todas las noches. Como si del pozo de los deseos se tratase, la gente solía comprarle un billete, sin subir a las barcas, y desear longevidad para sí mismo y sus allegados. El senhor Rodrigues, que padecía una severa tos de fumador y se alimentaba de pasas, se sentaba en su pequeña taquilla a jugar al ajedrez en solitario. Durante todos aquellos años había conseguido adquirir una enorme habilidad en perder contra sí mismo. Sabía que era mal jugador de ajedrez, aunque en su interior se alojaba un genio de maestría insuperable. Junto a la noria había varios puestos de lotería y una pista para coches de carreras de tracción eléctrica.

El gran carrusel, cuyo motor había dejado de funcionar pocos años antes de que los jóvenes revolucionarios se hicieran con el poder, funcionaba ahora de forma manual. Los propietarios huyeron en aquel entonces horrorizados, ya que creían que los nuevos gobernantes degollarían a todos los blancos. Dejaron que el motor perdiera todo el aceite, con lo que se aseguraron de que no funcionase ya nunca más.



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